Recuerdo a mis papás entrando a un baile de gala el 31 de diciembre de 1979. Iban triunfantes y seguros, acabando de pasar una durísima prueba de 6 años, que les había costado la mayor parte de su patrimonio, su tranquilidad y 13 meses de libertad a mi padre. Recuerdo que iban con la frente en alto y recuerdo como los abrazaban sus amigos con alegría y cariño, celebrando el final de esos duros años.
Recuerdo a mi papá en Prado, en la casa de mi hermana Claudia y su esposo Jacky, mirando la laguna y oyendo música de Daniel Santos. Prado era su refugio, su alegría, la casa de su hija y de su yerno y el disfrutaba cada momento que allí pasaba.
Recuerdo a mi papá en El Campín, en el suramericano del 75, viendo Colombia-Uruguay, cuando ganamos 3-0. Recuerdo que gritaba como loco cada gol y mi angustia en medio del entusiasmo porque pensaba que le iba a dar un infarto. Expresaba sus sentimientos francamente y lloraba, reía, cantaba y gritaba sin reprimirse y sin temor.
Recuerdo cuando me acompañó a matricularme en Los Andes y su orgullo al tener un hijo universitario. Recuerdo caminar con él por el centro de Bogotá, mostrándome muchos de los sitios de su época universitaria. Recuerdo un viaje que hicimos a Anzoátegui, para donar sus servicios médicos a los campesinos. Recuerdo su angustia cuando mi mamá tuvo el cáncer. Hablábamos frecuentemente los 2 solos, pero me quedaron faltando muchas horas de conversación en estos 29 años de su ausencia.
Recuerdo su emoción cuando supo que me iba a casar. Recuerdo los consejos que nos dio a Liliana y a mí en Girardot. Recuerdo verlo bailar con Liliana el día de mi matrimonio. Recuerdo la noche que nació Germán Felipe, lo llamé muchas veces contándole de cada contracción, de cada momento de aquel largo parto. Recuerdo cuando llegó al día siguiente con mi mamá y su emoción al tener en sus brazos su primer nieto. Recuerdo la víspera de su muerte, cuando Pipe corrió hacia él y mi papá lo levantó en sus brazos y lo besó.
Lo recuerdo en su consultorio, con su vieja máquina de escribir. Lo recuerdo en la casa de mi abuela Paulina, visitándola al mediodía, antes de almorzar en nuestra casa. Recuerdo a mis papás haciendo siesta y disfrutando de esos minutos de tranquilidad. Recuerdo que mi casa era alegre, que nuestros amigos adolescentes siempre fueron bien recibidos, que mi hogar era el refugio de muchas personas necesitadas de amistad, cariño, consejo y comprensión. Humberto y Gloria fueron amables, abiertos y alentaban la independencia y el pensamiento crítico de sus hijos y sus amigos.
Recuerdo su preocupación en la campaña presidencial de 1970. Recuerdo su alegría por el triunfo de Belisario. Recuerdo que en algún momento fue Demócrata Cristiano. Recuerdo su angustia cuando le conté que habían matado a Rodrigo Lara. Oía radio, leía revistas y periódicos, vivía la actualidad sin perder detalle.
No era indiferente en política, pero nunca fue un hombre sectario. Respetaba las ideas de los demás y era un hombre culto, que había leído mucho y se defendía bien discutiendo desde marxismo hasta la doctrina social de la iglesia católica. Conservador, se casó con una liberal moderada y fueron siempre tolerantes, abiertos y receptivos. Mi mamá terminó siendo conservadora y nosotros también, pero dentro de un espíritu de tolerancia que pocas familias pueden mostrar.
Recuerdo que le encantaban las fiestas, recuerdo que era muy buen bailarín. Pero no era hombre de tragos pesados, ni se dejaba descomponer en una fiesta. Daba buen ejemplo, iba siempre con la cabeza erguida, bien vestido, admiraba su figura cuando lo veía caminar por las calles de Ibagué. Humberto y Gloria hacían buena pareja.
Domingo de Ramos de 1985. Ese mismo domingo especial de 1961, cuando nacieron los mellizos, murió Humberto Niño. Se nos fue muy joven. Fue bachiller a los 17, se casó a los 22, me tuvo a los 23, a los 27 era padre de 4 hijos, tuvo su momento de gloria a los 33, pasó pruebas muy grandes entre los 39 y los 45. Murió a los 51, cuando apenas comenzaba a ser abuelo. No duró mucho su existencia terrenal, pero dejo un legado muy grande, que sigue vivo en su esposa Gloria, en sus 4 hijos, en sus 10 nietos, en sus hermanos, sobrinos y parientes.
Como recordar a Humberto sin hablar de Gloria, su compañera de todas las horas. Quedó viuda a los 48 años, en pleno inicio de su madurez. Era en ese momento mi mamá más joven que mis hermanos mellizos, hoy muy vitales a sus 53. Ha llevado estos 29 años con altura, valentía y amor, haciendo que estos recuerdos que llevo conmigo sigan vivos, vigentes y reales. Mi admiración sin límites por mi madre, que Dios nos permita disfrutarla muchos años más. Gracias a Dios por mis padres, por su existencia y su legado.
Humberto, un abrazo de todos nosotros, que te recordamos con cariño y tratamos de seguir siempre tu ejemplo. Haces mucha falta.