lunes, abril 26, 2021

Un lector empedernido y su librero

Esta tarde de tercer pico de pandemia salí de mi casa a acompañar a mi hija a una larga consulta de oftalmología, en un edificio de consultorios en Usaquén. Como la consulta podía demorar más de una hora, decidí caminar unas cuadras hasta Hacienda Santa Barbara, uno de mi lugares favoritos para caminar en Bogotá. Mientras caminaba por los desolados corredores, me topé de frente con la Librería Nacional, un almacén que siempre me ha atraído, como les comentaré más adelante.


Entré, recorrí la zona de novedades, llena de nuevas ediciones de muchos libros que me llamaron la atención. Iba en concreto a buscar el reciente libro de memorias de Rudolf Hommes, ASÍ LO RECUERDO, que se puede encontrar en Amazon, pero quería tener en edición física. Llegué a la caja, pedí mi descuento de lector frecuente, pagué y ya me disponía a salir, cuando oí una voz muy conocida a mis espaldas. Me acerqué al dueño de esa voz ronca e inconfundible y pregunté: ¿Fernando? El librero se volteó y me saludo ¡Don Germán! ¡Tiempos sin verlo! 


Llegaron a mi memoria años y años de visitas a la Librería Nacional. Muy recién llegado de la Escuela Naval a Bogotá en 1975, el sitio de moda era la carrera 15, entre calles 77 y 85. Allí podía uno encontrarse con amigos en una nueva cafetería llamada Oma, comprar pan en Pan Fino, tomar onces en El Chiquito, sucursal del Cream Helado grande de la Caracas, tomar cerveza en la Taberna Bávara y comer pizza en un nuevo restaurante llamado Jeno´s.  El centro de actividad era el Centro Comercial El Lago, lleno de almacenes elegantes y concurridos. Allí, en ese centro comercial, se montó la primera Librería Nacional de Bogotá, seguida muy rápido de la Librería Nacional de Unicentro. En La Nacional compraba en aquellos años El Gráfico de Argentina, que llegaba de vez en cuando a sus estantes de revistas. Recuerdo mucho las bellas ediciones del Mundial de Argentina de 1978.

Centro Comercial El Lago de Bogotá




Unos años más tarde, La Nacional montó una nueva sucursal en el centro, en un pasaje en la carrera séptima, entre calles 17 y 18. Allí compraba en aquellos años todos los comics franceses de Tintin, Lucky Luke, Asterix y Obelix, junto a los libros de Mafalda y revistas de economía. Compraba igualmente la edición dominical del New York Times. Ya trabajando desde 1982, La Nacional de la 17 era mi refugio cuando almorzaba solo, pues era la única librería de Bogotá donde uno podía sentarse a leer libros antes de comprarlos. 


Hacia 1983 llegó a La Nacional de la 17 un nuevo muchacho vendedor. Fernando destacaba por su voz ronca y su habilidad para aconsejar nuevas publicaciones. Pronto se acostumbró a verme llegar, me decía por ejemplo que me había guardado la edición del periódico o que había llegado un nuevo libro de Asterix. Varios años fue mi librero en el centro, mis gustos iban cambiando en la medida de los años. Poco a poco las responsabilidades me fueron alejando de mis continuas visitas a la librería.


Llegaron los años 90 y comencé a visitar la Nacional de Unicentro. Yo iba a la librería los fines de semana, ya con dos niños pequeños y algunas veces acompañado de mi esposa. Los niños corrían a la zona de libros infantiles, mientras yo compraba revistas de tecnología y los más recientes libros. En una de esas mañanas de sábado, me encontré con Fernando. Había sido ascendido al segundo puesto en esa importante sucursal, pues el primer puesto lo tenía Felipe Ossa Domínguez, el gerente en esa época y ahora propietario de La Nacional. Retomamos la vieja rutina y de nuevo se convirtió en mi librero. Un buen día, Fernando me dijo que había logrado que, de por vida, me dieran un descuento del 10% sobre cualquier compra que hiciera. Un honor que aún hoy conservo y que le agradecí mucho.



En 1997 llegó mi tercera hija y vinieron muchas cosas que me alejaron de los libros y de La Nacional. Llegó el Siglo XXI, me establecí algún tiempo fuera del país, cuando volví a Bogotá descubrí las librerías de viejo en el centro y diversifiqué mis visitas en varios lugares. Después llegaron los libros electrónicos, primero en PDF y luego en el maravilloso invento del Kindle.  Solo de vez en cuando compraba libros en La Nacional de Unicentro o de Santa Barbara.


Por eso mi emoción de hoy al encontrarme a Fernando, mi librero desde 1983. Habían pasado 24 años sin vernos. Me contó que ya está jubilado, pero que La Nacional le pidió seguir con ellos "hasta cuándo el cuerpo aguante". Se acordaba perfectamente de mí, recordaba a mis dos hijos pequeños. Le conté que ahora tengo un nieto de la edad que tenían mis hijos cuando visitaba La Nacional en los 90s. Nos miramos con nostalgia. Un lector empedernido y su librero volvían a encontrarse.

La Nacional cumple 80 años en septiembre de este año. He leído mucho sobre su historia y ha sido una compañera de vida muy importante para mí. Llevo con honor el título de lector frecuente de esa importante institución colombiana. Hoy volví a revivir con nostalgia aquellos maravillosos momentos que me ha brindado La Nacional. Gracias por tantos libros, gracias por tantos recuerdos.

Felipe Ossa, propietario de la Librería Nacional