La
muerte en esta semana de Sylvia Kristel me trajo a la memoria muchos recuerdos
de los años setenta, cuando llegué a estudiar a Bogotá. A mediados de 1975,
recién llegado de la Escuela Naval de Cartagena, Bogotá fue para mi un gran
descubrimiento, pues era una gran ciudad al lado de mi querida pero provinciana
Ibagué. En lugar de los dos teatros que frecuentamos en Ibagué, Bogotá tenía
decenas de posibilidades para un amante del cine, como yo siempre lo he sido.
Tomé la decisión de ver cuantas películas fuera posible, solo o acompañado. Iba
sobre todo a los cines de Chapinero, al Libertador, al Trevi, al Metropol, al
Teusaquillo, también visitaba el Embajador, el Scala y el Almirante.
Devoré en esas tardes Tiburón, Carrie, Rocky, Taxi Driver, La Profecia, Doña Flor y sus dos maridos, El imperio de los sentidos, todas las películas de Woody Allen, más un largo etcétera de comedias, dramas y todo lo que estuviera en cartelera.
Devoré en esas tardes Tiburón, Carrie, Rocky, Taxi Driver, La Profecia, Doña Flor y sus dos maridos, El imperio de los sentidos, todas las películas de Woody Allen, más un largo etcétera de comedias, dramas y todo lo que estuviera en cartelera.
En
alguna de esas tardes de matiné conocí a Sylvia Kristel, en su gran película
erótica Emmanuelle. El impacto de esa película en un muchacho de 18 años,
llegado de un encierro de dos años en la Escuela Naval, fue bastante
importante, por decir lo menos.
La belleza de Sylvia, sus ojos, sus dientes, su desnudez altiva y desafiante, son difíciles de entender ahora, pero en aquellos días me pegaron muy duro. Muchas noches de 1975 y 1976 soñaba con esa linda holandesa de 24 años.
La belleza de Sylvia, sus ojos, sus dientes, su desnudez altiva y desafiante, son difíciles de entender ahora, pero en aquellos días me pegaron muy duro. Muchas noches de 1975 y 1976 soñaba con esa linda holandesa de 24 años.
En
1977 debí cambiar de universidad, cambio donde influyeron tantas tardes de
películas setenteras, que no dejaban campo para estudiar.
Decidí en esta nueva universidad ajuiciarme y dedicarme al estudio, más cuando descubrí que me encantaba la economía, a diferencia de mis intentos fallidos de ser un ingeniero.
Decidí en esta nueva universidad ajuiciarme y dedicarme al estudio, más cuando descubrí que me encantaba la economía, a diferencia de mis intentos fallidos de ser un ingeniero.
Una
mañana, en uno de los huecos entre clases, quedé impactado, con los ojos
desorbitados y la boca abierta. ¡Sylvia Kristel estudiaba en la Tadeo! Pasó a
mi lado una niña con la misma cara de Sylvia, sus mismos dientes, sus ojos
hermosos, sus largas pestañas. La seguí sobrecogido. Encontré su salón. No
sabía que decirle, pero necesitaba conocerla, decirle que había visto sus
películas, que me encantaba, que soñaba con ella. No recuerdo bien que pasó,
pero con los días encontré fuerzas para hablarle, para saber que también era
primípara, que estudiaba Ingeniería de Alimentos, que era muy inteligente, que
tenía un Renault 4 azul, que detestaba a los primíparos provincianos como yo.
En
vacaciones de julio del 77 tomé la decisión de cambiar mi look, entre otras
cosas para que Sylvia se fijara en mi. Me dejé crecer la barba y llegué muy
orgulloso a la Tadeo. La estrategia funcionó. Sylvia se quedó tan estupefacta
como yo cuando la conocí. Me miró con gran sorpresa, me buscó y nos convertimos
en amigos. Ella era hija de un conocido médico de Bogotá, le encantaba la
música protesta de aquellos días, era muy madura, muy independiente, tenía
grandes planes, le encantaba su carrera y estaba muy lejos de mi alcance. Fui
un par de veces a su casa, la llevé al Teatro Colón a ver a su ídolo Paco
Ibáñez, de pronto alguna vez le cogí su mano. Pero para mi era siempre la Sylvia de las películas y nunca
llegué a ver realmente a la gran mujer que era mi amiga universitaria.
Con
el tiempo, nos separamos. Nos veíamos en la universidad, pero yo ya tenía novia
estable y ella estaba muy dedicada a su carrera. Al final de los 5 años, Sylvia
me buscó para proponerme una gran idea, bastante adelantada para su tiempo.
Quería que hiciéramos la tesis de grado
en compañía. Ella haría los aspectos técnicos del proyecto, yo sería el
encargado de los aspectos económicos y de la redacción de la tesis. Acepté
encantado.
Fuimos a las dos facultades, nos aceptaron el proyecto y comenzamos a trabajar. Pero algún profesor la convenció de hacer otra cosa y me buscó nuevamente, para decirme que ya no podíamos trabajar juntos. Me dolió mucho. Terminé no haciendo nada, entré a trabajar y nunca la volví a ver. Hasta la semana pasada, cuando la verdadera Sylvia murió.
Fuimos a las dos facultades, nos aceptaron el proyecto y comenzamos a trabajar. Pero algún profesor la convenció de hacer otra cosa y me buscó nuevamente, para decirme que ya no podíamos trabajar juntos. Me dolió mucho. Terminé no haciendo nada, entré a trabajar y nunca la volví a ver. Hasta la semana pasada, cuando la verdadera Sylvia murió.
Sylvia
Kristel fue el sueño erótico de muchos adolescentes en los años setenta. Pero para
mi fue una mujer verdadera, mi amiga de universidad, la que me llevaba a mi
casa en su Renault 4 azul, la mujer por la que me dejé crecer la barba, aquella
con la que casi hago mi tesis de grado. Gracias, Sylvia, por tantos recuerdos,
descansa en paz.