martes, mayo 13, 2014

Juan Nepomuceno Niño, un patriota sin suerte

El día 29 de noviembre de 1816, en la mañana de un viernes, la ciudad de Tunja se encontraba totalmente paralizada. Desde el día anterior se sabía que habría un fusilamiento, pues habían traído de Santafé a dos ilustres ciudadanos de la ciudad para cumplir la sentencia ordenada por el pacificador Morillo. Se oían en la ciudad redoblar de tambores y melancólicos toques de campana, mientras tropas con vistosos uniformes recorrían las calles de Tunja. Desde las primeras horas de la madrugada se habían levantado las gentes, viendo pasar a sacerdotes en plan de brindar la extremaunción a los prisioneros. Las víctimas eran todas personas de categoría en Tunja y los españoles buscaban con tanta solemnidad que se diera escarmiento y ejemplo de lo que le pasaba a los que desafiaban la autoridad real. 

Juan Nepomuceno Niño Muelle
A las diez de la mañana sacaron de su casa al doctor José Cayetano Vásquez, debidamente escoltado, en dirección a la plaza mayor donde lo esperaban sus dos compañeros, el doctor Juan Nepomuceno Niño y el Teniente Coronel Lineros, que habían sido traídos desde Santafé, donde estaban presos. Entre dos filas de soldados fueron conducidos hacia la plazuela de San Laureano el doctor José Cayetano Vásquez, el doctor Juan Nepomuceno Niño, ambos ex-Gobernadores de la Provincia de Tunja, y el Teniente Coronel don José Ramón Lineros, ex-Gobernador de la Provincia del Socorro. 

La parafernalia que habían preparado los españoles era impresionante. Delante de cada uno de los presos iba un ataúd cargado por soldados. Tres religiosos de San Francisco acompañaban a los sentenciados. Tropa vestida de gala cerraba el cortejo. La lúgubre procesión se encaminó hacia la plazuela de San Laureano, lugar destinado para el sacrificio. Un poco antes de las 10 de la mañana llegaron al sitio elegido por los españoles.

Desde temprano había allí un Cuerpo de infantería preparado para el fusilamiento. Un redoble de tambor marcó el comienzo de la ceremonia. Las víctimas fueron obligadas a ponerse de rodillas y luego fueron atados a los banquillos. A las 10 en punto se dio la orden de fuego. La detonación de los fusiles marcó la partida hacia la inmortalidad de los mártires más conocidos de Tunja. Los cadáveres fueron dejados en exhibición el resto del día y a última hora de la tarde fueron conducidos a la cercana ermita, donde fueron sepultados en fosa común. Allí permanecieron sepultados durante 100 años exactos.

La Familia Niño en Tunja antes de Juan Nepomuceno Niño

La familia Niño está vinculada a Tunja desde sus primeros años. Pedro Alonso Niño, nieto del navegante del mismo nombre, llegó a la Nueva Granada en 1541 y se estableció en Tunja hacia 1550. Los Niño habían financiado el primer viaje de Colón, junto a la Reina Isabel La Católica, los hermanos Pinzón y banqueros italianos, por lo que figuraron dentro de los primeros favorecidos con encomiendas y otras prebendas en las tierras de allende el mar.

Pedro Niño fue encomendero en varios sitios de lo que hoy es Boyacá y Santander. Le fueron otorgadas tierras en Oiba, Socorro y San Gil, por títulos de la Real Audiencia del 24 de abril de 1553. Como veremos más adelante, parte de estas tierras todavía estaban en poder de la familia 300 años después. 

Casa Familia Niño en Tunja - Construida hacia 1600
Pedro Niño trajo a varios familiares desde Moguer, su pueblo natal. Entre ellos llegó en 1570 su sobrino Francisco Niño Bueno, entonces de 15 años, hijo de su hermano Juan. Francisco se casó en 1592 con Anastasia Zambrana, hermana menor de Elvira, la esposa del conquistador Pedro Niño. Ya viudo, volvió a casarse Francisco Niño con doña Francisca de Rojas Sanabria, hija del capitán Martín de Rojas Téllez, otro de los españoles en Tunja, que construyó una casa que todavía hoy existe en la plaza mayor de la ciudad.

Durante tres siglos, la descendencia de Francisco Niño Bueno sirvió a la ciudad de Tunja desde altos cargos. Su hijo Martín Niño Rojas fue encomendero, alcalde ordinario de Tunja y corregidor de Sogamoso. Su nieto Antonio Niño Alvarado nació hacia 1650 en Tunja e impulsó cultivos en Paipa. Su bisnieto Francisco Antonio Niño Saavedra también nació en Tunja y allí murió el 28 de marzo de 1766, habiendo sido alcalde ordinario de la ciudad en muchas ocasiones.

La familia Niño en la Revolución de los Comuneros

El tataranieto de don Francisco Niño fue Don Juan Agustín Niño Álvarez del Pino, que fue una persona muy prestante en Tunja, donde tenía una importante posición política y económica.  Su casa, que hoy es un museo en la ciudad de Tunja, ocupaba buena parte de la plaza mayor y estaba hecha con las más refinadas técnicas arquitectónicas de la época. Estaba en su momento de mayor gloria cuando comenzaron a llegar noticias nunca antes oídas, de una rebelión popular en el pueblo de El Socorro, relativamente cerca de la ciudad de Tunja.

Desde el 16 de marzo de 1781, cuando irrumpió masivamente la insurrección de los comuneros en el Socorro, se proyectó el movimiento de rebeldía en toda la Provincia de Tunja. Armados con machetes, picas y palas las masas se movilizaron hacia Santafé de Bogotá. El 17 de mayo de 1781, los Comuneros del Socorro y pueblos vecinos llegaron a Tunja con grandes aclamaciones populares. Don Juan Agustín, casado con Catalina Muelle y Lago, con un hijo que apenas tenía 11 años, fue elegido capitán de los comuneros. El prestigio de la familia, el servicio que había prestado a la ciudad durante varios siglos, era recompensado con ese nombramiento. 

Rápidamente se organizó una tropa tunjana de 200 hombres, capitaneada por Don Juan Agustín Niño, quien pidió ayuda a sus paisanos Juan José Saravia, Francisco José de Vargas y Joaquín del Castillo. Junto con los demás comuneros de la provincia, Don Juan Agustín marchó hacia Bogotá al frente de 6000 hombres. Poco a poco, sin embargo, la revolución se fue saliendo de madre. Las pretensiones iniciales, que buscaban reducir impuestos y dar mayor participación a los criollos, se fueron convirtiendo en algo más grande, para lo cual no estaban preparados Don Juan Agustín, ni tampoco Berbeo, el capitán general de la revolución. 

Reunido el ejercito de 20000 hombres en Zipaquirá, los jefes criollos negociaron una solución intermedia con el arzobispo Caballero y Góngora, enviado del Virrey. Berbeo exigió que los tunjanos lideraran la redacción del documento, que fue llamado las capitulaciones de Zipaquirá, primer gran avance de los americanos en toda su historia. Las Capitulaciones, en su orden de presentación, exigieron la suspensión del impuesto de Barlovento; la limitación del papel sellado por sus altos costos; la suspensión de la renta del estanco del tabaco; la disminución de los costos de los servicios religiosos; la devolución de tierras a los indígenas; la rebaja de la renta del aguardiente; la desaparición del impuesto de la alcabala para los productos alimenticios; la construcción de nuevos caminos para El Socorro, Tunja y Villa de Leyva y la eliminación del recaudo de peajes; el control sobre la explotación de sal y de sus costos de comercialización; la rebaja del precio de la pólvora; la prelación de los americanos en el momento de hacer nombramientos para asumir cargos en el sector público; el abaratamiento de impuestos a pequeños comerciantes y tenderos; la universalización y el control sobre pesos y medidas. 

Detalle de la casa de Juan Agustín Niño
De estas capitulaciones, vale la pena  recordar que de sus 35 puntos, 25 se concretan a la supresión y reducción de tributos; 8 se refieren a cuestiones administrativas y los 2 restantes, aunque discriminatorios, son de aspecto político: que los criollos ricos tengan acceso a los cargos públicos y que se les permita mantener milicias comuneras. Fue tanto el alcance de semejantes pretensiones que algún autor considera que “las Capitulaciones de Zipaquirá valen más para el derecho público colombiano que los Derechos del Hombre traducidos por don Antonio Nariño”. Aunque las medidas fueron aceptadas por los delegados del Virrey, la Real Audiencia las desconoció en su totalidad y persiguió a varios de los cabecillas comuneros, que no aceptaron esta decisión. Así murieron José Antonio Galán y otros revolucionarios que se declararon en contra de la Real Audiencia y del Rey mismo.

Don Juan Agustín Niño regresó a Tunja con su prestigio intacto y con el reconocimiento popular de haber intentado cambiar la historia. Algunas fuentes mencionan que durante todas las negociaciones reconocía su lealtad al Rey y su preocupación por el alcance de la revolución, aspectos que nunca negó. Pero la audacia de su pensamiento quedó expuesta en las capitulaciones. Fue elegido alcalde de Tunja en 1783.

Juan Nepomuceno Niño

El único hijo de Don Juan Agustín fue Juan Nepomuceno Niño, que tenía 11 años cuando inició la revolución comunera. Siendo su padre alcalde de Tunja en 1783, fue enviado a estudiar a Santafé, al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde se graduó de Bachiller en Filosofía (1787), así como de Licenciado y Doctor en Derecho Canónico (1790), a los 21 años de edad. Se casó en Fontibón, recién graduado, el 22 de septiembre de 1791 con doña María Teresa Camacho Lago, hermana de José Joaquín Camacho, quien fue más tarde firmante del acta del cabildo abierto del 20 de julio de 1810, presidente de las provincias unidas de la Nueva Granada y mártir fusilado en Santafé el 31 de agosto de 1816.

Calle de Tunja hacia 1800
Volvió a Tunja, donde fue elegido alcalde. Por su brillante inteligencia, se le nombró candidato a las cortes españolas en 1809. Esperando este nombramiento y ejerciendo su profesión de abogado en Tunja, llegó el 20 de julio de 1810, cuando fue removido el Virrey en Santafé. Tunja se movilizó rápidamente en esa dirección. El día 26 de julio de 1810 se realizó en la ciudad de Tunja un cabildo abierto, que instaló una Junta de Gobierno. Uno de sus miembros iniciales fue don Juan Nepomuceno Niño y Muelle.

El 18 de diciembre de 1810 se creó oficialmente la Junta Superior Gubernativa para la Provincia de Tunja, siendo elegidos diputados por Tunja Don Juan Agustín Niño y por Gámbita su hijo, don Juan Nepomuceno Niño. La familia continuaba su tradición de servicio, con dos de sus miembros participando en esta etapa de la vida de la Provincia. Juan Nepomuceno Niño fue elegido vicepresidente de la Junta para su periodo inicial.

Durante todo el año 1811 se dieron grandes discusiones en la Nueva Granada acerca de cómo manejar el gobierno del territorio. Santafé pretendía ser la capital de un estado centralista, como en la época del virreinato. Tunja, que era la segunda ciudad en importancia, defendía un nuevo modelo de gobierno federal, más conveniente a sus intereses económicos y políticos. Juan Nepomuceno Niño fue el gran dirigente de ese movimiento en la Provincia. Estudioso y brillante, promovió la creación de una constitución, paso audaz pues solo existían tres constituciones en el mundo, la francesa, la de Estados Unidos y la de Haití.

La constitución de Tunja, promulgada el 9 de diciembre de 1811, era de corte moderno, aún para los estándares actuales. Entre los aspectos político-jurídicos destacables están la elección popular de gobernador, alcaldes y jueces; la prohibición de torturas en investigación de delitos; la reproducción de los derechos del hombre como un mandato constitucional obligatorio; el derecho a la instrucción para toda clase de ciudadanos, sin distinciones de clase, entre otros aspectos. La Constitución de Tunja representa el acta de fundación de la nacionalidad colombiana, por haber sido la primera Constitución Granadina que adoptó el sistema republicano de gobierno. En un pueblo como el granadino, acostumbrado durante siglos a la idea de que el rey era el soberano, desconocerlo y sostener, en cambio, que el soberano era el pueblo, constituía a los ojos de la gran parte de la población algo así como un sacrilegio. 

Finalizada la convención que promulgó la constitución, Juan Nepomuceno Niño fue elegido Gobernador de la Provincia de Tunja. Tenía 42 años de edad, 11 hijos, era reconocido como el jefe federalista más importante de la Nueva Granada, tenía fincas y haciendas, una magnifica casa, una envidiable posición en su ciudad. No sabía aún que le llegaba la negra noche, 5 años terribles que desembocarían en su trágica muerte a manos de los españoles.

La Guerra Civil – Nariño contra Niño

La Provincia que gobernaba Juan Nepomuceno Niño a comienzos de 1812 era una de las más importantes del territorio de la Nueva Granada. La provincia de Tunja tenía 200.000 habitantes repartidos en dos ciudades, cinco villas y más de 90 pueblos legalmente constituidos. Tenía abundantes cosechas, desde trigo hasta cacao, numerosas crías de ganados mayores y menores de la mejor calidad, un poco de industria y ricos minerales.

El deseo de Niño y otros dirigentes era manejar autónomamente la provincia, dentro de una gran federación, al estilo de los Estados Unidos de América, modelo que había estudiado en sus años en El Rosario.

Nariño, desde Santafé, pensaba que la mejor opción para el país era un fuerte gobierno central, que debía estar preparado para una posible reconquista española. Todavía existía fuerte presencia española en el sur del país, en los llanos de Venezuela y en varias regiones, por lo que los centralistas pensaban que era mejor estar unidos bajo un solo gobierno, para combatir al enemigo y dictar políticas comunes a todas las provincias. Logró vencer políticamente a sus adversarios, que encabezados por Camilo Torres se trasladaron a Tunja, donde Niño les brindó generosa acogida.

Durante buena parte del primer semestre de 1812 las hostilidades entre ambos bandos fueron puramente políticas. Torres, Miguel Pombo, Niño y otros dirigentes crearon la llamada Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que formó un Congreso para dirigir el país. Cundinamarca, con Antonio Nariño a la cabeza, declinó hacer parte de la Federación y exigió a las provincias someterse a su mando centralizado. Ante la amenaza militar de tomarse a Tunja, Niño pidió ayuda a Caracas, en una carta donde describía a Nariño como un tirano y dictador.

Nariño marchó sobre Tunja en junio de 1812 y Niño se retiró hacia Santa Rosa, donde estaba el grueso del ejercito del Congreso. El 19 de julio de 1812 se enfrentaron en Paloblanco, cerca de San Gil, con victoria para los federalistas. Era la primera batalla entre colombianos en toda nuestra historia. Nariño se vio obligado a firmar el tratado de Santa Rosa, no muy favorable a sus pretensiones, el cual quedó concluido el 30 de julio, y con él terminaba la primera guerra civil colombiana. Firmaron el pacto, como plenipotenciarios de Nariño, Domingo Caicedo, Tiburcio Echeverría y José Miguel Montalvo; y en nombre del Congreso, el Gobernador Niño y cinco Senadores.

Sin embargo, todo siguió igual. Las diferencias de concepción y de estilo entre ambos bandos eran muy grandes. A estas alturas ya se fraguaba la segunda guerra criolla. El centro del país había disfrutado apenas de dos meses y 21 días de paz en 1812 cuando las Provincias Unidas de la Nueva Granada, decidieron atacar a Santa Fe. No bien lo supo, Nariño se apresuró a hace frente a la amenaza y partió de nuevo hacia Tunja comandando un ejército que ahora constaba de mil quinientos hombres. El 2 de diciembre se enfrentó en Ventaquemada al brigadier Joaquín Ricaurte. La batalla fue otro desastre para los santafereños. Nariño debió retroceder a toda prisa hacia Santafé, a esperar y resistir. 

Los federalistas marcharon sobre Santafé, a fines de diciembre de 1812. Baraya encabezaba el ejercito, a su lado cabalgaban, entre otros, dos jóvenes militares: Francisco de Paula Santander y Atanasio Girardot. El gobernador Niño, que había financiado el ejercito, marchaba como invitado de honor del Congreso.



Nariño tuvo tiempo de organizar la defensa, de manera muy ingeniosa. Nombró general de las tropas a una imagen de Jesús Nazareno, repartió divisas con la consigna JHS y convenció al pueblo de que los federalistas iban a acabar con iglesias y conventos. Logró atraer a una parte del ejercito enemigo hacia Monserrate y aguardó a los tres mil tunjanos en San Victorino. En menos de seis horas, el 9 de enero de 1913, había derrotado a los invasores, capturado a sus oficiales (incluidos Santander y Niño) y liquidado al ejército del Congreso de las Provincias Unidas.

Juan Nepomuceno Niño fue hecho prisionero, alojado con todas las deferencias posibles en una casa de una prestante familia santafereña. En esa condición permaneció varios meses, hasta cuando se le concedió volver a Tunja, ya despojado del título de Gobernador. Nunca volvió a ser el mismo de antes. La inesperada derrota lo cambió y no volvió a aspirar a liderazgo alguno. Seguía siendo diputado, lo nombraron en varias juntas, daba consejos, pero se dedicó más a su actividad privada que a ejercer su natural liderazgo. Participó en la promulgación de la independencia absoluta frente a España, firmada el 10 de diciembre de 1813. En esos años se consolidó el federalismo, pues Nariño fue hecho prisionero en Pasto y un nuevo ejercito de tunjanos, comandado por Simón Bolivar, finalmente pudo tomarse a Santafé el 8 de diciembre de 1814.

Cuando Morillo llegó a Cartagena e inició su cruel reconquista, Niño supo que le había llegado su hora. En mayo de 1816 llegó Pablo Morillo a Bogotá y Don Juan Nepomuceno debió esconderse, pues era uno de los más destacados partidarios de la independencia absoluta frente a España. Su cuñado José Joaquín Camacho fue fusilado en Santafé el 31 de agosto de 1816. Finalmente, don Juan Nepomuceno fue localizado por los españoles en su Hacienda Ocusá, cerca de Tunja. Fue llevado a Santafé, donde permaneció prisionero en su antiguo colegio de El Rosario. Fue juzgado por un Consejo de Guerra el 14 de septiembre de 1816 y condenado a muerte. Tenía 47 años.

La refinación que tuvieron los españoles para matar a Don Juan Nepomuceno Niño Muelle no tiene nombre. Permaneció prisionero, con grillos en ambas piernas, desde la fecha del Consejo de Guerra hasta el 18 de noviembre de 1816, cuando se decidió que sería fusilado en Tunja. Allí fue llevado a pie, atado a la cola de un caballo, en un trayecto que duraba varios días. Llegado a Tunja, se le dio tiempo para recuperarse, buscando que pudiera caminar el día del fusilamiento. Su anciano padre, su esposa y sus 11 hijos debieron presenciar la ceremonia. Algunos dicen que su cadáver fue quemado antes de ser enterrado en la fosa común. Sus bienes fueron confiscados y repartidos. Su familia quedaba en la ruina.

Al fondo, muro donde fue fusilado Juan Nepomuceno Niño.
A la derecha de la foto, su busto en la ciudad de Tunja

Triste final para un hombre culto, inteligente, que había ayudado a forjar una constitución igualitaria y justa, adelantada a su tiempo, que soñaba con una república independiente y federal. Su memoria no trascendió a la mayoría de los colombianos, que recuerdan mucho más a su gran rival Antonio Nariño. Sus últimas palabras fueron dirigidas a su compañero de martirio, el también gobernador Vázquez y recogidas por uno de los sacerdotes que los acompañaban: “Inútiles fueron nuestras luchas, nuestros esfuerzos ambicionando el bien para la patria. Quiera Dios que nuestros descendientes discutan menos las formas de gobierno y funden alguno que de prosperidad a la República”

Los restos de Juan Nepomuceno Niño permanecieron 100 años exactos en la fosa común de la Ermita de San Laureano en Tunja. El 29 de noviembre de 1916 se hizo una gran ceremonia en esa ciudad para exhumar sus restos y los de sus compañeros de martirio. Con misa solemne, desfiles y ceremonias, sus paisanos recordaron su sacrificio. Se inauguró el llamado Pabellón de los Mártires, se descubrió su busto y se le dio su nombre a una de las calles de la ciudad. Sus restos fueron trasladados a la Catedral de Tunja.

En el año 2008 se inauguró el Viaducto Juan Nepomuceno Niño, que comunica el centro histórico de Tunja con la zona norte de la ciudad. La casa familiar de los Niño en Tunja es hoy en día sede de la Secretaria de Cultura y Turismo de Boyacá, cuenta con cinco salas para certámenes de carácter cultural. La actual alcaldía de la ciudad no ha permitido la instalación de una placa que recuerde que esa casa fue habitada por Don Juan Nepomuceno Niño.



Oiba e Ibagué

Los 11 hermanos Niño Camacho, hijos de Juan Nepomuceno Niño, debieron luchar muchos años para recuperar parte de su patrimonio. Dos de ellos, Rafael y José María, también fueron gobernadores de Boyacá. El mayor de los hombres, Francisco Niño Camacho, agricultor, se trasladó a vivir a una de las haciendas familiares recuperadas, cerca de la Villa de Oiba en Santander. Allí, se casó hacia 1835 con Doña Catalina Barco y Serrano, sobrina del general Virgilio Barco, el de la famosa Concesión de Mares. Tuvieron un único hijo, Jorge Niño Barco, el primero de nuestra familia nacido en Oiba.

Iglesia de Oiba, Santander
Jorge Niño Barco se casó con Silveria Pacheco Azuero, también en Oiba. Tuvo dos hijos, Bartolomé y Cornelio Niño Pacheco. Bartolomé Niño Pacheco se casó con otra Silveria Pacheco, esta de segundo apellido Galvis. Tuvo 13 hijos, uno de ellos fue mi bisabuelo, Jesús Niño Pacheco. Jesús quedó ciego, sufrió la muerte de dos de sus hijos ahogados y tuvo una difícil situación económica la mayor parte de su vida. Casado con Oliva Rodríguez Díaz, 5 de sus hijos llegaron a la edad adulta, siendo ellos mi abuelo Pedro Antonio y sus 4 hermanas, Elisa, Julia, María Luisa y Delia. La historia de mi abuelo la he relatado en otra crónica, el fue el primero de nuestra familia en instalarse en Ibagué.

Remate

He querido poner en un solo documento lo que he logrado reunir en internet sobre nuestro ilustre antepasado. Como bien lo señala mi primo Pedro Miguel Niño, no se trata de buscar reconocimiento o vanagloriarse de la familia, sino de apreciar sus enseñanzas. Lo que busco es rescatar del olvido a un buen colombiano, tratar de sembrar una semilla y una inquietud en historiadores y estudiosos.

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