sábado, marzo 08, 2014

IBAGUÉ EN 1801 – ALEJANDRO DE HUMBOLDT

Alejandro de Humboldt visitó Ibagué en 1801 y se llevó una pobre impresión de nuestra ciudad. Al parecer, Ibagué era un pequeño pueblo de apenas 1000 personas, dedicadas casi todas a transportar personas al otro lado de la cordillera central. Aquí van sus impresiones, incluyendo algunos dibujos que hizo su grupo en los 8 días en que estuvieron:

Ibagué es una mísera aldea en la que probablemente el número de habitantes apenas alcanza a 1000 personas. Es muy extraño que desde la destrucción esta ciudad nunca se haya podido reponer.
El clima es excelente, más suave que el de Fusagasugá; la avanzada edad de sus habitantes da testimonio de la salubridad del aire; el suelo es magnífico y produce cuanto se cultive (productos de clima frío y cálido); el valle es eternamente agradable y hermoso.
La culpa del atraso es posiblemente la gran capacidad de absorción y desproporcionada magnitud de la capital, Santa Fe, y quizá la cercanía del mismo Quindío. Lo que debiera ser fuente de bienestar se convierte en fuente de miseria.

Comerciantes que dispongan de más de 10.000 P. no hay en Ibagué; todo el comercio viene directamente de Cartagena, Mompós y Santa Fe, y la totalidad de la gente común está habituada a la vagabundería de la montaña.
El Quindío tiene aquí la misma influencia que el caudal del Magdalena.
Es casi imposible imaginar una vida más mísera y sin dinero que la de los bogas (remeros) y los cargueros. Alternando los más altos calores con el frío del páramo, expuestos a la humedad de tremendas lluvias tempestuosas, rebajados a verdaderos animales de carga, frecuentemente con la espalda herida, con el riesgo de ser abandonados en la montaña, solos y sin ayuda cuando se enferman de desfallecimiento.

Un hombre carga por los Andes 5 a 7 arrobas en 7 a 8 días y, con frecuencia, cuando el camino está muy malo, en 15 días. Se le pagan 10 a 12 reales por arroba y, como el regreso tarda 4 a 5 días, el carguero gana escasamente en un mes 10 - 12 pesos, de los cuales ya ha gastado la mitad antes de emprender el viaje. En un país donde hay tantos animales de carga y donde el trabajo humano es tan escaso, el gobierno debería reducir este oficio, para darle un enfoque más provechoso a la energía humana.

La localización de la ciudad de Ibagué es de una amabilidad fuera de lo común, sobre una mesa (meseta) entre los ríos Combeima y Chipalo, dos raudos cauces de la montaña, que descienden desde la alta cadena de Los Andes y han excavado inmensas profundidades.
El agua del Combeima no se bebe porque es demasiado fría debido a que está mezclada con la nieve del Tolima.
De la ciudad hacia el suroeste se tiene una romántica vista al valle del Combeima que aquí es muy extenso, 200 m. de profundidad y lleno de plantaciones de plátano por entre las cuales sobresalen altas palmas de chonta, mientras en el centro el río se desliza.
Un puente de caña de bambú conduce al Valle de Carvajal. No existe casi ninguna obra colgante tan esbelta, y uno prefiere generalmente atravesar el río que confiarse a la bamboleante caña y a los bejucos (lianas).
Al occidente de Ibagué se eleva la alta montaña de Cae, detrás de la cual está otro valle, anteriormente muy habitado; el Valle de Santa Isabel. Arboles de limón y de aguacate (Laurus Persea) anuncian todavía las antiguas culturas.

Nosotros habíamos sido enviados por el ciego don Miguel Rivas en Santa Fé a donde el anciano de 85 años, don Moscoso, en Ibagué, quien nos hospedó en la casa de su pariente, don Ignacio Buenaventura. El colega de Moscoso, es un sacerdote casi en descomposición, don Ignacio Ibáñez. Don Antonio Espina, el administrador de rentas de tabaco y aguardiente, un castellano que hablaba bien el francés, era relativamente instruido y logró para mi recomendaciones ante Escallón y Tejada.
En el convento dominico (en el cual había un cuadro de María, donado por Felipe II) vivían dos monjes.
El alcalde, Don Antonio Ortiz, a quien su colega había abierto un proceso porque sostenía una concubina.
Tuvimos que permanecer 8 a 9 días allá porque hacían falta cargueros, entre los cuales la viruela ha causado grandes estragos. La viruela se presenta en el reino de Nueva Granada, generalmente cada 19 a 20 años y, aunque la vacuna produce excelentes resultados, es poco usada. Esta vez la viruela provenía de Popayán y en Santa Fe había mucho temor por la cercanía de Ibagué.


En Ibagué fueron ejecutados dos indígenas, uno tras otro, porque habían practicado sodomía con una mula (para llegar más placenteramente al trabajo) y por ello no fueron completamente enterrados. Es extraño que en este país, donde hay tal cantidad de mujeres de todos los colores, las mulas tengan que cumplir las funciones de las mujeres.
La ley condena aquí al destierro, pero los delincuentes generalmente escapan de la cárcel.

Don Ignacio Buenaventura, hijo de un siciliano, es el hombre más activo y entendido de Ibagué y por su diligencia se ganó el odio de sus conciudadanos de Ibagué a tal punto que casi lo arruinaron. Por la época del virrey don Manuel Antonio Flórez, había abierto el camino de Ibagué a Cartago y lo había hecho tan transitable que en 4 a 5 días se llegaba cabalgando por los Andes. Construyó puentes (cubiertos) sobre el río San Juan y el Coello, el cual con frecuencia impedía la comunicación con sus crecientes. Levantó en esa época, acertadamente, mapas especiales del Quindío y del valle del Magdalena desde Honda hasta Neiva, mapas que yo copié.
En el alboroto del Socorro, una especie de levantamiento del pueblo, que fue atenuado por el arzobispo Góngora, los habitantes de Ibagué exigieron tumultuosamente la supresión del impuesto del camino; quemaron los puentes que había construido Buenaventura sobre el río San Juan; destruyeron las pequeñas casas (rancherías) que había establecido él como reposo para los viajeros —y en pocos años el camino de Quindío se volvió peor que antes de la mejoría, pues los obstáculos del camino son peores para las bestias de carga que todo el fango.

ÑAPA

De ñapa les cuento la historia de la familia Buenaventura, que es mencionada por Humboldt. Jacinto Buenaventura, de origen siciliano, llegó a Ibagué en octubre de 1727 y se estableció como comerciante en una esquina de la plaza principal. Honrado y exitoso, hizo una gran fortuna en el comercio de ropas y el abastecimiento de toda clase de víveres y herramientas para las personas que atravesaban la cordillera. En 1750 era poseedor de una fortuna de 5500 patacones de plata. Fue alcalde (1735, 1750), procurador (1731, 1755) y administrador de rentas. En 1747 fue uno de los organizadores de los festejos por la coronación de Fernando VI en España, presidiendo el mismo una parada militar con 100 soldados. Construyó la primera casa edificada en cal y canto en Ibagué, con teja de barro. Esa casa, llamada El Fuerte por los ibaguereños de la época, estaba situada en la esquina siguiente a la iglesia parroquial. Educó a sus hijos con los frailes dominicos, siendo muy conocido su hijo Jacinto Antonio Buenaventura, uno de los más representativos dominicos en la historia de Colombia.

Ignacio Nicolás Buenaventura Padilla, su hijo más conocido, nacido en Ibagué en 1735, fue el anfitrión de Humboldt en su visita a Ibagué. Fue alcalde (1754), juez, teniente del gobernador de Mariquita, administrador de las grandes haciendas de Doima y La Vega de los Padres, geógrafo y constructor del camino hacia Cartago.

Su hijo Pedro Nicolás Buenaventura Castillo, nieto de don Jacinto, fue uno de los líderes del movimiento de independencia en Ibagué. Alcalde de Ibagué en 1807. Con el grado de teniente coronel, fue fusilado por orden de Morillo, el día 29 de noviembre de 1816, en la Plaza Mayor de Santa Fe.