La muerte de Adolfo Suárez me ha traído a la memoria mis años universitarios, cuando dediqué muchas horas a seguir la actualidad española de aquel momento. Siempre pendiente de la historia de España, devoraba en aquellos años cualquier edición de Cambio 16, ABC, El País, Interviú y otras publicaciones españolas. Leía todo lo que podía sobre la transición a la democracia y recuerdo muy especialmente la visita de los reyes Juan Carlos y Sofia a Bogotá en octubre de 1976.
Conocí entonces la figura de Adolfo Suárez y seguí de cerca el proceso de elecciones, referendo, legalización de partidos políticos y otros apasionantes episodios de la actualidad española de fines de los años 70s. Yo, que tenía la visión española tomada de los libros de Gironella sobre la guerra civil, aprendí a respetar la figura del Rey y la de Suárez, artífices de la transición a la democracia en España.
Seguí muy cerca el episodio del golpe de estado de febrero de 1981 y confirmé mi admiración por el Rey Juan Carlos y el entonces diputado Suárez, el único que no se tiró al piso cuando los militares disparaban al aire para asustar a los diputados. Recuerdo oír el discurso del Rey, uniformado, donde acabó el golpe de estado, con unas brillantes frases que confirmaban la democracia:
"La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum."
Seguí muy cerca el episodio del golpe de estado de febrero de 1981 y confirmé mi admiración por el Rey Juan Carlos y el entonces diputado Suárez, el único que no se tiró al piso cuando los militares disparaban al aire para asustar a los diputados. Recuerdo oír el discurso del Rey, uniformado, donde acabó el golpe de estado, con unas brillantes frases que confirmaban la democracia:
"La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum."
Con el tiempo, le perdí el rastro a Suárez. No supe de la enfermedad de su esposa, ni del cáncer de sus dos hijas. No supe de su Alzheimer. Pero leí hace unos meses un bello artículo de El País sobre su enfermedad, que me conmovió hasta las lágrimas. Aún en medio de la dura oscuridad de la desmemoria, Adolfo Suárez seguía siendo una persona jovial, familiar y entusiasta. En su casa lo visitó el Rey Juan Carlos, quedando una hermosa fotografía, que resume la amistad de esos dos líderes de la democracia española.
Hoy, en esta hora de tristeza y nostalgia, miro conmovido el homenaje que le hace la sociedad española entera, sin distingos de partido o ideología. Colas de más de 3 kilómetros para rendir homenaje a su memoria, reconocimiento unánime a su obra, admiración por su figura.
Ojalá alguno de nuestros políticos llegue a representar en nuestra historia lo que fue Adolfo Suárez para España. Paz en su tumba.
Les anexo el discurso que pronunció el Rey Juan Carlos para despedir al amigo de tantas luchas:
«El fallecimiento de Adolfo Suárez me llena de consternación y de pena. Tuve en él a un amigo leal y, como Rey, a un colaborador excepcional que, en todo momento, tuvo como guía y pauta de comportamiento su lealtad a la Corona y a todo lo que ella representa: la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de la unidad y la diversidad de España.
Mi gratitud hacia el Duque de Suárez es, por todo ello, honda y permanente, y mi dolor hoy, es grande. Pero el dolor no es obstáculo para recordar y valorar uno de los capítulos más brillantes de la Historia de España: la Transición que, protagonizada por el pueblo español, impulsamos Adolfo y yo junto con un excepcional grupo de personas de diferentes ideologías, unidos por una gran generosidad y un alto sentido del patriotismo. Un capítulo que dio paso al periodo de mayor progreso económico, social y político de nuestro país.
Adolfo Suárez fue un hombre de Estado, un hombre que puso por delante de los intereses personales y de partido el interés del conjunto de la Nación española. Vio, con clarividencia y gran generosidad, que el bienestar y el mejor porvenir de todos pasaba por el consenso, sabiendo ceder en lo accesorio, si ello era necesario, para poder lograr los grandes acuerdos en lo fundamental.
La superación de la fractura política y social que vivió la sociedad española en el siglo XX fue su objetivo prioritario, como lo fue también el mío. En ese empeño, Adolfo Suárez dio lo mejor de sí mismo. También trabajó sin descanso para lograr la mejor articulación de la diversidad de España, y la recuperación de la legítima posición de nuestro país en el escenario internacional.
El ejemplo que nos deja es muestra de que juntos, los españoles, somos capaces de superar las mayores dificultades y de alcanzar, con unidad y solidaridad, el mejor futuro colectivo para todos.
Termino este emocionado recuerdo a Adolfo Suárez enviando, en estos tristes momentos, todo mi cariño a sus hijos y a toda su familia».
Hoy, en esta hora de tristeza y nostalgia, miro conmovido el homenaje que le hace la sociedad española entera, sin distingos de partido o ideología. Colas de más de 3 kilómetros para rendir homenaje a su memoria, reconocimiento unánime a su obra, admiración por su figura.
Ojalá alguno de nuestros políticos llegue a representar en nuestra historia lo que fue Adolfo Suárez para España. Paz en su tumba.
Les anexo el discurso que pronunció el Rey Juan Carlos para despedir al amigo de tantas luchas:
«El fallecimiento de Adolfo Suárez me llena de consternación y de pena. Tuve en él a un amigo leal y, como Rey, a un colaborador excepcional que, en todo momento, tuvo como guía y pauta de comportamiento su lealtad a la Corona y a todo lo que ella representa: la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de la unidad y la diversidad de España.
Mi gratitud hacia el Duque de Suárez es, por todo ello, honda y permanente, y mi dolor hoy, es grande. Pero el dolor no es obstáculo para recordar y valorar uno de los capítulos más brillantes de la Historia de España: la Transición que, protagonizada por el pueblo español, impulsamos Adolfo y yo junto con un excepcional grupo de personas de diferentes ideologías, unidos por una gran generosidad y un alto sentido del patriotismo. Un capítulo que dio paso al periodo de mayor progreso económico, social y político de nuestro país.
Adolfo Suárez fue un hombre de Estado, un hombre que puso por delante de los intereses personales y de partido el interés del conjunto de la Nación española. Vio, con clarividencia y gran generosidad, que el bienestar y el mejor porvenir de todos pasaba por el consenso, sabiendo ceder en lo accesorio, si ello era necesario, para poder lograr los grandes acuerdos en lo fundamental.
La superación de la fractura política y social que vivió la sociedad española en el siglo XX fue su objetivo prioritario, como lo fue también el mío. En ese empeño, Adolfo Suárez dio lo mejor de sí mismo. También trabajó sin descanso para lograr la mejor articulación de la diversidad de España, y la recuperación de la legítima posición de nuestro país en el escenario internacional.
El ejemplo que nos deja es muestra de que juntos, los españoles, somos capaces de superar las mayores dificultades y de alcanzar, con unidad y solidaridad, el mejor futuro colectivo para todos.
Termino este emocionado recuerdo a Adolfo Suárez enviando, en estos tristes momentos, todo mi cariño a sus hijos y a toda su familia».