1985
fue el año de la muerte de mi padre y del nacimiento de mi hijo Daniel
Humberto. El año de la muerte de mi tío Walter y del nacimiento de 3 de mis
sobrinas. El año de Lucho Herrera en el Tour de Francia y del Suramericano de
Paraguay. El de las grandes tragedias del Palacio de Justicia y de Armero.
Al
comenzar ese año tenía 27 años, estaba recién casado, con un bebé de pocos
meses y otro en camino. Trabajaba en un banco como Jefe del Departamento de
Análisis de Crédito y estaba contento con mi vida, mi trabajo y mi familia
recién formada. No esperaba para nada un año tan lleno de acontecimientos,
tanto para mi como para Colombia.
Suramericano Juvenil
El
año deportivo se inició con un campeonato juvenil de fútbol en Paraguay. Un
grupo de muchachos dirigidos por Luis Alfonso Marroquín inició su participación
el 13 de enero de 1985, ganando 2-1 a Bolivia. El 16 de enero lograron un
importante empate 1-1 contra Argentina. El 19 de enero empataron nuevamente 0-0
contra Brasil. La apoteosis llegó el 20 de enero, ganando 3-0 a Chile, con lo
que logramos pasar por primera vez a una segunda fase en un campeonato juvenil,
eliminando a Argentina. El Mundial se veía muy cerca y los nombres novedosos de
René Higuita, J.J. Tréllez, John Edison Castaño y Wilmer Cabrera se hicieron
famosos en Colombia.
En
la casa de mis suegros, donde vimos la mayoría de partidos, el ambiente era de
locura. El pobre Germán Felipe, mi bebé de 9 meses, veía con terror a su papá y
tíos gritando cada jugada y saltando como locos en cada gol. La pasión del
fútbol era total en Colombia en ese enero de 1985.
La
fase final era contra Brasil, Uruguay y Paraguay, pasaban 3 equipos al Mundial
Juvenil organizado por la Unión Soviética. El 25 de enero jugamos contra
Paraguay, logrando un empate 1-1, partido que hubiéramos podido ganar de no ser
por el arquerito de Paraguay, un muchachito llamado José Luis Chilavert, que
nos sacó gran cantidad de jugadas de gol. El 27 de enero perdimos 2-1 contra
Brasil, en un disputado partido. El 30 de enero, en un partidazo, Colombia
logró la clasificación al Mundial venciendo 4-1 a Uruguay, con 2 goles de
Tréllez y uno de John Edison Castaño. No se veía nada igual en Colombia en
muchos años de fútbol.
Matrimonio y bebé
En
plena fiebre del Suramericano fuimos a Ibagué para un acontecimiento muy
especial, el matrimonio de mi hermano Juan Carlos Niño con Adriana Lucia Bonilla
Bravo. El 25 de enero de 1985, en la Capilla Episcopal de Ibagué se celebró el
matrimonio, seguido de una recepción ofrecida por los papás de la novia,
Bernardo Bonilla París, alcalde de Ibagué y su esposa, Amparo Bravo de Bonilla.
Se casaban muy jóvenes, Juan Carlos de 23 años y Adriana de menos de 20.
Al
día siguiente, 26 de enero de 1985, nacía el segundo integrante de la tercera
generación de los descendientes de Pedro Antonio Niño y Paulina de Niño. Mi
prima Sandra Margarita Pérez Niño y su esposo Carlos Rodríguez anunciaban la
llegada de Santiago José Rodríguez Pérez, su primer hijo. Comenzaba la tanda de
los nacidos en 1985.
El
30 de marzo de 1985 decidimos celebrar a lo grande el primer cumpleaños de
nuestro hijo Germán Felipe. Vinieron de Ibagué mis papás, acompañados por mi
hermano Juan Carlos. Hicimos una fiesta muy linda en la casa de mis suegros,
con asistencia de muchos amigos. Mi papá estaba especialmente contento con su
primer nieto, pasó una tarde feliz, alzando a Germán Felipe, que además buscó
todo el tiempo a su abuelo. Estuvimos muy animados en la celebración y nos
acostamos muy cansados ese sábado.
El
31 de marzo nos levantamos tarde. Esa mañana se celebraba el bautizo de
Santiago Rodríguez, con asistencia de toda la familia, pero nos excusamos por
el cansancio de la fiesta del día anterior y el embarazo de Liliana, que le
daba muy duro en las mañanas. Así que nos quedamos todo el día donde mis
suegros, almorzamos tarde y me acosté a oír el partido Millonarios - Guaraní de
Paraguay por la Copa Libertadores. Hacia las 5 de la tarde terminó el juego,
5-1 a favor de Millos y me quedé dormido un rato. Nada hacia prever la terrible
noticia que iba a recibir unos minutos después.
La muerte de mi padre
Un
poco después de las 5:30 de la tarde, me despertaron por una llamada de mi
mamá. Pensé que era para contarme que ya estaban en Ibagué. Cuando pasé al
teléfono, me dijo muy angustiada que mi papá acababa de tener un accidente. Que
estaba en el hospital de Fusagasugá y que no sabía nada más. Le dije
rápidamente que se tranquilizara, que yo ya salía para allá. Corrí donde mi
esposa y le dije lo que había pasado y que me iba ya para Fusa. Liliana me
aconsejó que no viajara solo, pues me veía muy angustiado. Convenció a mi
cuñado Juan que me acompañara y salimos para Fusa, en un día muy difícil y de
mucho tráfico, pues era Domingo de Ramos.
El
trayecto fue muy angustioso y apenas llegamos al hospital salí corriendo hacia
la zona de urgencias. Nadie sabía nada. Como pude entré a un área donde estaban
unas camillas y localicé a mi hermano Juan Carlos, que estaba consciente, pero
muy malherido. Le pregunté donde estaba mi papá. En forma muy directa me dijo: “mi
papá se murió”. Quedé paralizado, las lagrimas me corrían por la cara, no podía
asimilar lo que me estaba contando. Mi papá era un hombre muy joven, acababa de
cumplir 51 años, estaba en plena forma, acababa de estar con él hacía unas
pocas horas. Como iba a estar muerto?
Comencé
a asimilar lo que había pasado cuando vi a mi prima Martha Milena en otra
camilla. A Betty, la empleada de mi abuela Paulina en otra. A una amiga de
Ibagué, en otra. Mi hermano había sufrido una fractura de cadera muy severa, él
que es médico entendía más que todos lo que estaba sufriendo. El carro donde
regresaban hacía Ibagué había sido embestido de frente por un irresponsable
conductor que regresaba a Bogotá a toda velocidad, pasando carros sin
importarle nada. Cerca de Fusa, en el caserío de Chinauta, chocó de frente
contra el carro de mi familia al tratar de pasar un bloque de carros.
Mi
papá, que viajaba en el puesto de copiloto murió en forma instantánea,
sufriendo múltiples fracturas. En aquellos días no se usaba el cinturón de
seguridad en Colombia, pero muy probablemente ello tampoco lo hubiera salvado.
Un impacto de un carro a más de 100 kilómetros por hora no tiene salvación
alguna para un pasajero en el puesto donde viajaba mi papá. Mi hermano fue
protegido a medias por el timón, pero sufrió fracturas y heridas que hoy, 30
años después, todavía lo afectan. Los pasajeros del asiento trasero sufrieron
menos.
Recuerdo
con horror las horas siguientes. Recuerdo la llegada de mi cuñado Jacky y mi
tío Pedro. La salida de la ambulancia con mi hermano hacia el Hospital Militar
de Bogotá. La llegada de mi hermano Juan Manuel y su doloroso llanto. Ver a mi
papá en su ataúd es probablemente el momento más doloroso de mi vida. Recuerdo
haber dormido al lado del ataúd junto a mi hermano y sentir la angustia de mi
papá, su espíritu todavía muy cerca de su cuerpo. Varias veces nos despertamos
mi hermano y yo esa noche oyendo entre sueños los gritos angustiosos de mi padre. Una
experiencia muy fuerte, muy dura, muy dolorosa.
A
la mañana siguiente, Juan Manuel y yo preparamos el viaje del carro de la
funeraria hacia Ibagué. Fuimos
igualmente a ver los restos del carro, que quedó completamente destrozado.
Había sangre y vidrios por todos lados. Rescatamos lo que pudimos y salimos
detrás de la carroza fúnebre, en un desfile muy trágico e irreal. Las
complicaciones salieron a los pocos minutos del viaje, pues dos tracto mulas se
habían estrellado en la Nariz del Diablo y no había paso hacia Ibagué. No lo
podíamos creer. No se como logramos avanzar nosotros hacia Melgar en un pequeño
Fiat 147, pero el carro con el ataúd quedó atrapado. Pudimos hablar desde la
oficina de Telecom con alguien en Ibagué para avisar que estábamos demorados. Un
rato más tarde, abrieron la carretera y seguimos el desfile. Recuerdo que llorábamos y
llorábamos.
La
llegada a Ibagué fue muy dolorosa. En la funeraria, situada en donde había
funcionado la Discoteca El Triangulo y que hoy ya no existe, estaba medio
Ibagué. Bajamos el ataúd mi hermano y yo, rodeados de muchísimos amigos. Al
rato llegó mi mamá, destrozada por el dolor. En 2 días que no la veía había
envejecido varios años. Era una mujer de 49 años, valiente en todas las
circunstancias de la vida, pero aquella tarde estaba al borde de derrumbarse. Nos
abrazamos y lloramos la irreparable pérdida que habíamos sufrido, pero que la
afectaba a ella de una manera muy directa. Mis padres eran muy unidos, muy
enamorados, habían pasado juntos años muy duros y estaban disfrutando de un
momento de prosperidad después de 6 años terribles, entre 1973 y 1979.
El
día del entierro también fue muy duro, solo compensado con la solidaridad de la
ciudad entera. Ibagué se volcó a la iglesia Catedral, para darle el adiós a uno
de sus médicos más queridos. Tres de sus nietos asistieron en el vientre de sus
madres, pues estaban embarazadas mi esposa, mi hermana Claudia y mi cuñada
Adriana.
El cementerio, a donde habitualmente solo van los familiares, también
estaba a reventar. Esa noche dormimos en la casa muchísimos miembros de las
familias Niño y Ballesteros, añorando a la gran persona que fue mi padre. Han
pasado ya casi 30 años y cada vez nos hace más falta.
Mayo y Junio
La
Semana Santa después de la muerte de mi padre la pasamos en Ibagué, acompañando
a mi mamá. Pero debimos salir todos hacia Bogotá, pues mi hermano Juan Carlos
seguía hospitalizado, con problemas en su cadera y en uno de sus nervios, que
le ocasionaba fuertísimos dolores. Yo pedí vacaciones en mi trabajo y volví a
Ibagué, a arreglar los asuntos de mi papá. Mi sorpresa fue total cuando abrí el
cajón de su escritorio en su consultorio. Allí, a primer golpe de vista,
estaban ordenados sus seguros de vida, la información de todas sus cuentas,
todo lo que yo necesitaba saber. Nunca supe a ciencia cierta porque lo hizo. Era
muy joven para pensar en la muerte, pero pienso que la experiencia amarga de
sus problemas económicos lo había llevado a ser muy organizado.
No
quise celebrar de manera alguna mi cumpleaños en mayo. Rodeamos a mi mamá el
día de la madre, pero sin celebración alguna. Estábamos en estado de shock en
esos días. Mi hermano seguía en el Hospital Militar, con su joven esposa
esperando un bebé. Finalmente, a fines de mayo regresó a Ibagué.
El Tour de Francia y los nacimientos
A
comienzos del mes de julio se llenó de alegría el país con triunfos internacionales
en ciclismo. El 9 de julio Luis Herrera ganó una etapa que terminaba en
Avoriaz. El 10 de julio se dio el 1-2 colombiano en Lans-en-Vercors, ganando
Fabio Parra, con segundo lugar de Lucho Herrera. El sábado 13 de julio Lucho
Herrera ganó en Saint Étienne una etapa inolvidable, pues después de ganar el
premio de montaña se cayó en la bajada y terminó bañado en sangre. El país
estaba paralizado de emoción con las hazañas de los escarabajos en Francia.
Lucho Herrera fue campeón de la montaña y logró el séptimo puesto en la
general. Fabio Parra logró el octavo puesto en la general.
El
14 de julio de 1985 llegó una buena noticia. Nació en Ibagué mi sobrina Andrea
Niño Bonilla, la linda mujer que ha sido la alegría de nuestra familia. Yo estaba en Ibagué casualmente y me tocó presenciar la paradójica situación de ver a mi hermano, experimentado médico, muerto del susto de recibir a su pequeña princesa.
Unos pocos días más tarde, el 23 de julio de 1985, nació en Bogotá mi hijo Daniel Humberto, en la Clínica del Country. El es un hombre muy especial, que nos ha llenado la vida de orgullo y alegría. Daniel Humberto heredó el humor de su abuelo, su don de gentes, su cariño hacia la familia.
La gran pena que vivimos en 1985 con la muerte de mi papá se compensó en mucho con la gran alegría de tener a Danny.
Unos pocos días más tarde, el 23 de julio de 1985, nació en Bogotá mi hijo Daniel Humberto, en la Clínica del Country. El es un hombre muy especial, que nos ha llenado la vida de orgullo y alegría. Daniel Humberto heredó el humor de su abuelo, su don de gentes, su cariño hacia la familia.
La gran pena que vivimos en 1985 con la muerte de mi papá se compensó en mucho con la gran alegría de tener a Danny.
Otra tragedia
El
24 de julio de 1985, recién nacido Danny, otra tragedia llegó a nuestra
familia. Estaba oyendo noticias ese miércoles al final de la tarde, cuando
escuché que un avión de la FAC había caído. Preocupado, pues el esposo de mi
tía Libia Ballesteros era piloto de la FAC, subí el volumen y esperé más datos.
A los 5 minutos confirmaron que el piloto del avión era Walter Baer Ruíz, el
esposo de Libia. Llamé inmediatamente a mi mamá, quien quedó en estado de
shock. Salí inmediatamente para la casa de mi tía, que ya estaba llena de
gente. Había una ligerísima esperanza de que hubiera sobrevivientes, pero la
realidad era bien diferente.
Una
huelga de pilotos de Avianca, que llevaba varios días, había obligado a Satena
a sacar de emergencia muchos de sus aviones, para atender la crisis. Walter,
que era en ese momento Subdirector de la Aeronáutica Civil, se había ofrecido a
pilotear uno de ellos. En la ruta Leticia Bogotá, hacia las 16:47 uno de los
motores falló y después de varios minutos, pasadas las 5 de la tarde, el avión
cayó en plena selva, a 20 millas al noroccidente de Leticia. No hubo sobrevivientes.
Menos
de 4 meses habían pasado desde la muerte de mi padre y otra vez teníamos una
muerte trágica en la familia. El domingo 29 de julio asistimos al entierro, en
la Iglesia del Cantón Norte de Bogotá. Los restos de Walter y los demás
miembros del equipo rescatados de la selva, las 7 familias que lloraban su
pérdida, los honores militares, las salvas de honor, hacían el ambiente muy
triste.
Un
día de mucho dolor, un entierro colectivo, algo que nunca quisiera repetir.
Walter dejaba una viuda muy joven y unos muchachos que apenas estaban en el
colegio. También nos ha hecho mucha falta en todos estos años.
Un nuevo puesto y nuevas sobrinas
A
finales de julio de 1985 me ofrecieron un puesto en el Banco del Comercio,
donde había hecho un curso en Banca en 1982, muy especial pues allí conocí a mi
esposa. La posición que me ofrecían era muy interesante, con mucho más sueldo
que el que tenía en ese momento y la acepté sin dudarlo. Mi puesto era de
Asistente del Vicepresidente de Regiones y Mercadeo del banco, con lo que mi
jefe era el segundo hombre de la organización. Para un muchacho de 28 años era
un puesto muy interesante, donde me codeaba a diario con los ejecutivos importantes
del banco. Mi oficina privada estaba en el piso de vicepresidentes y tenía
acceso al comedor privado de los mandamás. Estaba encantado.
Pronto
vi que el Banco del Comercio, uno de los más grandes del país, estaba pasando
por un momento muy difícil. Las cifras de captación y depósitos caían a diario
y yo era el encargado de transmitir las malas noticias a la organización. Los
créditos tenían dificultades, las oficinas no respondían, no era una situación
fácil. Mi trabajo de informar a diario malas noticias no me traía muchos amigos
dentro de los vicepresidentes. Trataba de evitar ir a almorzar con ellos, sobre
todo porque eran mucho mayores que yo. Iba frecuentemente con un amigo
abogado a almorzar a la cafetería del Palacio de Justicia, a dos cuadras de la
sede del banco.
El
23 de agosto de 1985 una buena noticia nos alegró en la familia Albornoz. Nacía
Andrea Sanmiguel Albornoz, una linda niña, que hoy nos llena de orgullo con su
inteligencia y su belleza.
El 23 de octubre de 1985 tuvimos buenas noticias por el lado de la familia Niño, con el nacimiento de Deborah Nessim Niño, una linda mujer, inteligente, emprendedora, magnifica miembro de familia, que nos llena de alegría y orgullo.
El 23 de octubre de 1985 tuvimos buenas noticias por el lado de la familia Niño, con el nacimiento de Deborah Nessim Niño, una linda mujer, inteligente, emprendedora, magnifica miembro de familia, que nos llena de alegría y orgullo.
La
tanda de 1985 quedaba completa. Santiago Rodríguez, Andrea Niño, Daniel
Humberto Niño, Andrea Sanmiguel y Deborah Nessim, los treintañeros del 2015,
nos alegraron inmensamente con sus nacimientos en ese duro 1985 y permitieron
que pudiéramos soportar las grandes tragedias de ese año. Hoy todos son unos jóvenes
brillantes, que miramos con orgullo y alegría.
El terremoto de México
El
19 de septiembre de 1985 ocurrió un fuertísimo terremoto en la ciudad de
México, que sufrió grandes destrozos. Durante varios días estuvimos en vilo
buscando a mi cuñada Martha Albornoz, que estudiaba allí. Finalmente la pudimos
localizar, después de pasar mucha angustia. Murieron 10000 personas en el
Distrito Federal.
El trágico noviembre de 1985
Noviembre
comenzó con una mala noticia deportiva. El primero de noviembre Colombia venció
2-1 a Paraguay en el partido de repechaje hacia el Mundial de México 1986, pero
eso no alcanzó para remontar el 3-0 que nos habían clavado en Asunción una
semana antes. Colombia quedaba por fuera del Mundial que nos había asignado
para organizar la FIFA y al que Belisario Betancur había renunciado a finales
de 1982.
El
miércoles 6 de noviembre de 1985 me encontraba trabajando en mi oficina del
cuarto piso de la calle 13 con carrera octava de Bogotá. A las 11:30 de la
mañana oí unos disparos, que venían del sur, hacia la plaza de Bolívar. Me
asomé a la ventana, pero no vi nada extraño. Pocos minutos más tarde comenzaron
a llegar rumores que algo estaba pasando en el Palacio de Justicia, situado a
dos cuadras del banco.
No
le di mayor importancia y salí a almorzar. Regresé hacia la una de la tarde al
banco y ya la situación estaba mucho más complicada. Había grupos de
manifestantes en la carrera octava, que fueron repelidos por grupos de policías
anti motines, con descargas de gases lacrimógenos. El edificio del banco se
llenó de gases y tuvimos que evacuar hacia la 1:30. Ya se sabía que un grupo de
guerrilleros se había tomado el Palacio de Justicia, pero se desconocían sus
demandas. En mi cabeza estaba el asalto al Congreso de Nicaragua en 1978, que
había conducido a la caída del dictador Anastasio Somoza.
Extrañamente,
esas manifestaciones que vi con mis propios ojos al inicio del asalto, que
siempre he pensado formaban parte del plan de ataque del M-19, no son
mencionadas por los analistas. Mi tesis es que el M-19 buscaba generar un apoyo
popular con “manifestantes” que estaban bien entrenados. Igualmente siempre me
ha parecido extraño que llegara rápidamente la policía a disolver esas
manifestaciones, arrojando de una vez gases lacrimógenos y acabando con la
posibilidad de una revuelta. Que pasó en la carrera octava? No lo sé todavía,
después de casi 30 años.
Yo
salí a buscar mi carro, que estaba en un parqueadero en la carrera quinta y
tomé la ruta de los cerros orientales, pues ya estaba cerrado el tráfico en las
vías cercanas al Palacio. Paré donde podía mirar la Plaza de Bolívar. Ya salía
humo del Palacio de Justicia y se veían llegar helicópteros y tropa hacia la
Plaza. En ese momento ya pensaba yo que se daría una gran tragedia. El gobierno
colombiano no podía permitir que pasara lo de Nicaragua 7 años atrás. Cuando
esperábamos noticias esa noche, el gobierno ordenó transmitir el partido
Millonarios – Unión Magdalena, que no estaba previsto en la programación de
televisión de ese día.
Regresé
al día siguiente, en una de las pocas flotas intermunicipales que prestaron
servicio de transporte ese día, pues los buses desaparecieron en Bogotá. Llegué
como pude a la Jiménez con séptima, donde había barricadas que impedían el paso
hacia el sur. Estábamos allí buscando noticias, cuando se oyeron tremendos
cañonazos en el Palacio. Salimos todos corriendo. Regresé a mi casa y me puse a
oír noticias, cada vez peores.
Al
día siguiente, viernes 8 de noviembre de 1985, el panorama era desolador y
trágico. Un incendio había devorado la
noche anterior el Palacio de Justicia y 17 magistrados estaban muertos. 42
civiles y la totalidad de los guerrilleros del M-19 también habían muerto. La
magnitud de la tragedia era incalculable. Esa noche, el presidente Belisario
Betancur asumió la total responsabilidad por lo sucedido, en un discurso de
media hora por los tres canales de televisión que existían en ese momento. Pero
todos sabíamos que la demencia del M-19 había causado el holocausto de la
justicia.
Ese
fin de semana permanecimos en la casa, nadie podía creer lo que había pasado.
Todos pensábamos que era muy grave que había ocurrido en Colombia y que era muy
difícil que algo peor nos pudiera pasar como país. El lunes 11, martes 12 y
miércoles 13 todavía estaba muy restringido el paso hacia la zona del Palacio,
con dificultad podíamos llegar al edificio del banco, donde trabajábamos para
recuperar la normalidad.
El
jueves 14 de noviembre de 1985 me levanté temprano y puse las noticias, como
hacía todos los días. No entendía muy bien de que estaba dialogando Yamid Amat
con un piloto, que decía algo sobre Armero. Puse cuidado y quedé estupefacto:
el piloto estaba diciendo que Armero, una ciudad con 31000 habitantes, había
desaparecido. Una gran mancha de lodo cubría lo que había sido hasta ese día
una de las ciudades más lindas de Colombia.
Desperté
a mi hermano Juan Manuel, que vivía con nosotros. “Juanma, Armero desapareció”,
le dije entre sollozos. “La guerrilla?”, me dijo Juanma. “No, hermano, una
erupción del Nevado del Ruíz”, le dije. Oímos las primeras noticias y no
podíamos creer lo que estaba pasando en nuestro bello Tolima.
Salí
de todos modos hacia el banco, donde todo era consternación. Teníamos dos
oficinas en el área de desastre, Líbano y Mariquita. Todos los esfuerzos se
hacían para localizar a nuestros empleados, pero las comunicaciones estaban
cortadas. Hablé con mi mamá en Ibagué, quien me contó que todos los hospitales
de la ciudad estaban en alerta, esperando heridos. Mi hermano Juan Carlos,
apenas convaleciente, trabajó 72 horas seguidas atendiendo heridos. Temíamos
por la suerte de un primo de mi esposa, José Luis Albornoz, que se encontraba
en pleno centro del área de desastre, una finca cercana al Rio Lagunilla, por
donde entró el flujo de lodo del volcán a la ciudad.
Esos
4 días los recuerdo con mucho dolor. Las historias que llegaban de Ibagué, las
noticias en los periódicos, radio y televisión, la agonía de la niña Omaira
Sánchez, la visita de Belisario, con el pelo completamente blanco después de
esas dos inmensas tragedias. La aparición sano y salvo de José Luis fue una
gran alegría después de las espantosas noticias.
Armero representó la muerte de
más de 23000 personas, en uno de los mayores desastres naturales de la
historia. Familias muy cercanas a la nuestra habían perdido muchos parientes.
El epílogo
A
mediados de noviembre de 1985 estábamos exhaustos. El año había sido tan duro,
tan lleno de tragedias, que ya no sabíamos donde poner tanto dolor. Los niños
nos alegraban, pero el país estaba destrozado. Ya queríamos que acabara ese año
1985.
A
mediados de diciembre, recibí una llamada muy especial en mi oficina. “Le va a
hablar el Ministro de Agricultura”, me dijeron. Roberto Mejía Caicedo, ilustre
tolimense, que hacia pocos meses estaba al frente del Ministerio, me dijo que
quería verme en su oficina. Sorprendido, fui al día siguiente. “Quiero que me
acompañes en la Subgerencia de Comercio Exterior del IDEMA”, me dijo Roberto. “Es
un puesto muy importante, vas a ganar más que el Ministro”. “Vas a estar a
cargo de todas las importaciones de alimentos que lleguen al país”. Le dije que
era un honor y que contara conmigo.
La
Subgerencia del IDEMA, último acontecimiento que tuve en 1985, me abrió las
puertas profesionales para 12 años de continuo ascenso y prosperidad. Aunque
solo estuve allí 6 meses, fui llamado a un importante puesto en el Banco del
Estado a mediados de 1986 e inicié una gran carrera bancaria. Pero eso es otra
historia.
1985
fue el año de la muerte de mi padre y del nacimiento de mi hijo Daniel Humberto.
El año de la muerte de mi tío Walter y del nacimiento de 3 de mis sobrinas. El
año de Lucho Herrera y del Suramericano de Paraguay. El de las grandes
tragedias del Palacio de Justicia y de Armero. El año donde inicié una gran
carrera bancaria a los 28 años de edad. Han pasado casi 30 años, era hora de
contar esta historia.