Sábado 20 de julio de 1974. En las postrimerías de su mandato, el presidente Misael Pastrana Borrero decide tirar la casa por la ventana, organizando uno de los más grandes desfiles militares que se haya visto en Colombia. 400 vehículos militares, 12000 hombres a pie, 350 jinetes, 23 aviones, incluidos los Mirage-5 recién adquiridos en Francia, decenas de helicópteros encabezados por el asignado al Presidente, componían el majestuoso desfile.
Las 4 escuelas de formación de oficiales y la totalidad de escuelas de suboficiales fueron traídas a Bogotá para el gran desfile. Durante 15 días se había organizado minuciosamente todo, para que el gran espectáculo de despedida al presidente Pastrana fuera impecable.
Yo, un muchachito de 17 años recién cumplidos, estaba dentro de los 12000 hombres que desfilaron ese día, hoy hace 40 años. Comenzando mi segundo año en la Escuela Naval de Cadetes en Cartagena, participé con gran emoción en ese gran desfile, que habíamos comenzado a organizar meses atrás en Cartagena. Hoy, miró con asombro que hayan pasado ya 4 décadas de aquel sábado, que llevo muy presente en mi memoria.
La Escuela Naval desfiló con su imponente uniforme negro de gala, que se usa para las grandes paradas militares en tierra fría. El negro, combinado con las gorras blancas, los botones dorados, el adorno blanco a la altura de la cintura, el adorno blanco en forma de bota, hacía resaltar a nuestra Escuela entre todas las demás. El lento y armonioso paso de desfile, adquirido en cientos de horas de entrenamiento en Cartagena, nos hacían la escuadra más popular del desfile. Recuerdo aún con emoción los aplausos de la gran multitud durante las 2 horas y 45 minutos del desfile, a través de la Avenida 68 y la Calle 63 de Bogotá.
Aquel mes de julio de 1974 fue muy especial para un joven cadete, como era yo en aquel momento. La aventura había comenzado dos semanas antes, cuando en varios aviones Hercules nos trajeron a Bogotá. Aquellos grandes aviones, destinados al transporte de tropas, no tenían los clásicos puestos de los aviones comerciales, sino hileras parecidas a las bancas de los vestuarios deportivos, donde debíamos acomodarnos donde pudiéramos.
Nos alojaron en la Escuela Militar de Cadetes, donde el frío era espantoso, acostumbrados como estábamos al permanente calor de Cartagena. Las novedades en la Escuela Militar se hicieron sentir rápidamente: los baños no tenían puertas, así que ir al sanitario era toda una experiencia nueva y muy incómoda. Correr a la altura de Bogotá era un martirio para todos los cadetes navales que teníamos el cuerpo sincronizado al nivel del mar. Entrenábamos para el desfile a horas inverosímiles, pues todavía existía el respeto hacia los ciudadanos, así que comenzaba el entrenamiento a las 2 de la mañana y terminaba a las 5 de la mañana, por la misma ruta que íbamos a recorrer el 20 de julio. La idea era no molestar a nadie y no interrumpir el flujo vehicular de la ciudad.
Durante el día nos dejaban salir a la ciudad, así que mis papás y mis hermanos vinieron desde Ibagué y pasábamos mucho rato juntos. Yo era miembro del Coro de la Escuela y dimos varios recitales, nos presentamos en televisión, varias iglesias y auditorios.
Fueron dos semanas muy intensas, muy especiales, cuyo recuerdo llevo con mucho afecto en mi corazón. Siempre que veo un desfile militar, siempre que veo desfilar a mi gran Escuela Naval, rememoro con orgullo aquel julio de 1974, hace ya 40 años.
Yo, un muchachito de 17 años recién cumplidos, estaba dentro de los 12000 hombres que desfilaron ese día, hoy hace 40 años. Comenzando mi segundo año en la Escuela Naval de Cadetes en Cartagena, participé con gran emoción en ese gran desfile, que habíamos comenzado a organizar meses atrás en Cartagena. Hoy, miró con asombro que hayan pasado ya 4 décadas de aquel sábado, que llevo muy presente en mi memoria.
La Escuela Naval desfiló con su imponente uniforme negro de gala, que se usa para las grandes paradas militares en tierra fría. El negro, combinado con las gorras blancas, los botones dorados, el adorno blanco a la altura de la cintura, el adorno blanco en forma de bota, hacía resaltar a nuestra Escuela entre todas las demás. El lento y armonioso paso de desfile, adquirido en cientos de horas de entrenamiento en Cartagena, nos hacían la escuadra más popular del desfile. Recuerdo aún con emoción los aplausos de la gran multitud durante las 2 horas y 45 minutos del desfile, a través de la Avenida 68 y la Calle 63 de Bogotá.
Aquel mes de julio de 1974 fue muy especial para un joven cadete, como era yo en aquel momento. La aventura había comenzado dos semanas antes, cuando en varios aviones Hercules nos trajeron a Bogotá. Aquellos grandes aviones, destinados al transporte de tropas, no tenían los clásicos puestos de los aviones comerciales, sino hileras parecidas a las bancas de los vestuarios deportivos, donde debíamos acomodarnos donde pudiéramos.
Nos alojaron en la Escuela Militar de Cadetes, donde el frío era espantoso, acostumbrados como estábamos al permanente calor de Cartagena. Las novedades en la Escuela Militar se hicieron sentir rápidamente: los baños no tenían puertas, así que ir al sanitario era toda una experiencia nueva y muy incómoda. Correr a la altura de Bogotá era un martirio para todos los cadetes navales que teníamos el cuerpo sincronizado al nivel del mar. Entrenábamos para el desfile a horas inverosímiles, pues todavía existía el respeto hacia los ciudadanos, así que comenzaba el entrenamiento a las 2 de la mañana y terminaba a las 5 de la mañana, por la misma ruta que íbamos a recorrer el 20 de julio. La idea era no molestar a nadie y no interrumpir el flujo vehicular de la ciudad.
Durante el día nos dejaban salir a la ciudad, así que mis papás y mis hermanos vinieron desde Ibagué y pasábamos mucho rato juntos. Yo era miembro del Coro de la Escuela y dimos varios recitales, nos presentamos en televisión, varias iglesias y auditorios.
Fueron dos semanas muy intensas, muy especiales, cuyo recuerdo llevo con mucho afecto en mi corazón. Siempre que veo un desfile militar, siempre que veo desfilar a mi gran Escuela Naval, rememoro con orgullo aquel julio de 1974, hace ya 40 años.